viernes

Estas cosas sabes como empiezan....

....pero nunca como acaban.

Salgo de viaje en dirección a La Habana, Cuba. Es un viaje “de trabajo” –aunque parece que suene a cachondeo, no ha habido nadie que le haya comentado mis planes y que no haya dibujado una más o menos pícara sonrisa y musitado… mojitos, rumba, mulatas, cohibas….-;

Es más, la agenda se presenta complicada. Muy ocupada, y nada fácil. Sin entrar en pormenores, el objetivo es cerrar una negociación –que tratándose del sistema económico-político centralizado sólo puede tener una contraparte posible, el sistema, aunque como una hidra polifacética esta muestre múltiples caras y sesgos-, en la que hay mucho que perder, y , a simple vista, poco o nada que ganar.
Por mucha insinuación y suspiros de fingida envidia, sé que nadie se cambiaría conmigo habida cuenta de la misión que justifica el viaje. No me importa. Me gusta viajar. Me “pone” despegar rumbo a un país en el que nunca he estado nunca. La incógnita, el cosquilleo de la aventura, de lo que “está por venir”, de lo desconocido es uno de los alicientes que para mi hacen que la vida merezca la pena. Además hace mucho tiempo que quiero conocer Cuba, un viaje planeado muchas veces, pero nunca ejecutado, y la intención más o menos desdibujada de visitar Cuba antes de que cambie de régimen. Porque a TODO lo demás, hay que añadir la peculiaridad de la supervivencia del régimen revolucionario instaurado por el Comandante-Camarada Fidel hace 55 años. Ese sistema no durará para siempre. De hecho, el Comandante lleva más de un año internado. Es un tópico: La Cuba de después será distinta, y no quiero dejar de conocer la Cuba de antes del cambio.

No merece la pena entretenerme –y aburrirte amigo lector- con los pormenores del viaje en Iberia. El “lujo-customizado” de la clase business hace llevaderas entre películas y comidas las 9 horas y media de vuelo. La lectura intermitente de una comprada esta misma mañana en la FNAC me permite barnizar mis cultura general con una sutil pátina de facts&figures, detalles históricos y nociones triviales (del trivial) de descubrimiento, colonización, independencia, trafico de esclavos, cultivo de caña, y la omnipresente revolución.

Me recibe en el aeropuerto…Ernst Hemingway. Me permitiréis la licencia. Por elemental discreción, respeto a su persona me reservo el derecho a no desvelar su identidad, ya que no aporta a este relato tanto como su personalidad. Y en esta última no creo que la metáfora con el epicúreo y hedonista autor de “El viejo y el mar” esté nada forzada. Tras unos cuantos años de destino profesional en la Habana ha enraizado en este sustrato como pocos lo habrían hecho. It takes one to recognise each other. Rápidamente reconozco en él a uno de mi propia especie. Sin ataduras con convencionalismos políticamente correctos, carpe diem, vive el momento, dos espíritus libres, con cierto umbral de tolerancia a los excesos, nuestro amuletos/talismanes étnico tribales nos hermanan rápidamente. Como Heminghway, rápidamente convenimos que nos sentimos mejor en un lodge en Namibia que en un Hilton en Nueva Cork, y allá donde se respire el aroma agridulce de los trópicos mil veces antes que el smog Metropolitano, y que no hay mejor micebrina para el espíritu que los grandes espacios de la sabana africana o el lejano rumor de una costa no cartografiada a sotavento.

Compartiendo unos mojitos, y envueltos en la permanente nube que originan sus habanos –que como tendré ocasión de verificar le van a rodear permanentemente durante los día que tenemos por delante- siento que no podía tener un mejor guia para abordar con éxito el safari que tengo por delante.
Just for the record, y para evitra malentendidos, la añoranza de una tienda de campaña en el delta del Okavango resulta poética, y en cierto modo gratuita cuando de hecho estoy alojado en una de las suites de la ultima planta del 5 estrellas Meliá Cohiba. Me cuesta conciliar el sueño –aunque para mi sean ya las 6 de la mañana hora española-, se me ha pasado la hora. Lo atribuyo a los mojitos, al cambio de hora, y a a la adrenalina bombeada ante el complicado programa de negociaciones –cuyas estrategias y tácticas he simulado hasta el paroxismo-. Por la ventana veo el malecón de la Habana serpenteando kilométrico y trazando una línea divisoria entre un mar que refleja destellos de una luna casi llena, y una ciudad, inusitadamente oscura. O no tan inusitadamente dadas las restricciones energéticas, la falta de suministros de aparatos eléctricos. Apenas se ven algunos pocos coches circulando. Hojeo un ejemplar del Granma del día, qua acompaña la cesta de frutas locales cortesía de la dirección del Hotel. Pruebo una guava, mordisqueo una papaya (fruta-bomba, como le llaman localmente) y me fuerzo a conciliar un reparador sueño.
Hasta mañana.

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